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'El Castor' se estrena este viernes en las salas españolas

La tercera película de Jodie Foster como directora está protagonizada por el mejor Mel Gibson

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27/05/2011
MADRID, 26 (EUROPA PRESS - Israel Arias) El hombre que encarnó a William Wallace y Martin Riggs, sometido por un castor de peluche. Esta escena, dantesca sin duda alguna, no resulta tan nefasta como parece si tenemos en cuenta que El castor es lo mejor que Mel Gibson ha hecho en la última década.

En El Castor, tercera película de Jodie Foster como directora, hay varias cosas buenas, unas cuantas no tan buenas y muchas interesantes. La primera de estas últimas: su rocambolesca premisa inicial.

Partimos de la desesperanza total encarnada en Walter Black (Mel Gibson), un cincuentón amargado y totalmente depresivo que fracasa en su vida personal y profesional. Un hombre sin ganas de vivir que ve con total y absoluta pasividad autodestructiva cómo su mujer le echa de casa, su hijo mayor le odia y su empresa cae en picado.

Una noche, borracho, intenta suicidarse en una habitación de un motel de mala muerte... pero ni eso le sale bien. A la mañana siguiente, preso de la resaca y de su trastorno mental, una voz le increpa para que despierte y "mueva el culo".

Es El Castor una vieja marioneta de peluche que sujeta con su mano izquierda y que desde ese momento se convierte en su mejor amigo y su consejero más crítico e influyente. A partir de aquí, Walter emprende un viaje de auto superación y descubrimiento personal que Foster plantea con eficacia aprovechando lo original y audaz de la historia. A partir de ahí, el desarrollo engancha, pero flaquea en algunos puntos.

Quizá la mayor disfunción la encontramos en la propia directora y en la concepción del guión, que no aprovecha toda la comicidad de las situaciones que crea. No se deja llevar por ellas y no explota con inteligencia todo lo que el fascinante y deslenguado castor podría regalarnos.

Cuando la acción cómica se desata mínimamente la cinta se apresura para regresar a la carrera hasta una línea más sentimental y emocionalmente más intensa. Un refugio en el que, evidentemente, Foster se encuentra mucho más cómoda. Suerte que en este punto aparece un gran Gibson que -pese a que en algunos momentos parece que lleva el freno de mano echado por la timidez de la guionista y directora- es el otro gran activo de El Castor.

Está notable en los primeros minutos de la cinta, cuando debe trasladar al respetable la imagen de un triunfador que deviene en el perdedor más absoluto. Puede que su experiencia personal como alcohólico confeso, presunto maltratador y racista deslenguado le ayudara bastante. Sea como fuere, logra su objetivo con creces. Y cuando se enfunda y somete a la marioneta... más y mejor Gibson.

Además lo consigue en un registro nada usual y verdaderamente complejo y exigente para el actor. Era muy fácil quedarse en la superficie del personaje: hacer el Jim Carrey cuando toca reír y hacer el Richard Gere cuando hay que ser tierno e intenso.

Por suerte, Gibson se esfuerza mucho en dar algo más y se erige, de largo, en lo mejor de El Castor. Puede que haga tal derroche movido por sus ansias de redimirse ante Hollywood, ante el público y también -y como su personaje- ante sí mismo. Si es así, bendita penitencia.
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