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José Luis García Sánchez, habla de 'Los muertos no se tocan, nene'

El último trabajo del cineasta se desarrolla en el Logroño de 1959

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21/12/2011
MADRID, 21 (EUROPA PRESS) El cineasta José Luis García Sánchez opina que apartar la cultura de la política es "un suicidio", según ha manifestado este miércoles en declaraciones a 'Europa Press', con motivo de la presentación de la película Los muertos no se tocan, nene. Este filme resucita la obra de Rafael Azcona, con la que se cierra la trilogía iniciada con El pisito y El cochecito, que el Marco Ferreri llevó al cine.

García Sánchez ha señalado que, aunque se considera "completamente rojo y sin mezcla", "esto es culpa de todos, porque nadie ha hecho campaña a favor de la cultura en las últimas elecciones". "Solo les importa la crisis de la economía. ¿Sabrán ellos que eso es también la música, el cine y el teatro?", ha criticado.

En este sentido, afirma que "es un disparate salvaje que no se haya aprobado la Ley Sinde". "Se trataba de contemplar solo un poco el respeto", lamenta. Por ello, considera que hay que lograr que siga habiendo cineastas y cine independiente, algo en lo que "las televisiones públicas y privadas" tienen que seguir insistiendo.

La duda que aún persiste sobre si habrá o no Ministerio de Cultura le serviría, en palabras del cineasta, como "argumento deslumbrante" para una película. En ella, bromea el director, "un grupo de ministrables reunidos del mismo partido y que se llevan muy bien, al final terminan a leches, incluso con alguna muerte, y posiblemente tiran por la ventana a quien iba a ser ministro de Cultura".

España de tabernas y familias numerosas

La historia que rescata García Sánchez se desarrolla en el Logroño de 1959. Fabianito, un adolescente apasionado por la poesía, es testigo de la preparación del velatorio para su bisabuelo. Las situaciones cómicas y macabras se suceden en la familia del fallecido, un ex funcionario y taurino de pro, cuyos últimos ahorros acabaron en la compra de una televisión que nunca llegó a ver.

"Se están perdiendo las tabernas, algo mortal para la cultura española", ha manifestado el director de esta película, un retrato de la España de los años 50 y 60 que sirve como recuerdo de un país en el que abundaban las familias numerosas y donde el bar era un confesionario laico en el que "la gente empinaba el codo y compartía la vida". "A lo mejor terminamos como los suecos, pero en pobres. ¿Te imaginas?", indica.

Si este filme se hubiese rodado en los años 50 o 60, probablemente en pantalla habrían aparecido actores como María Luisa Ponte, María Ezquerino o José Luis López Vázquez. En su lugar, y ahora en 2012, los intérpretes son Silvia Marsó, Carlos Iglesias, Mariola Fuentes y Álex Angulo, entre otros. Entonces no se pudo rodar, ya que "reírse de la muerte y de un alcalde era irrespetuoso con las bases morales del régimen, y mostrar a un niño onanista era un pecado y motivo de excomunión".

"Siempre daba la lata a Azcona con hacer esta película, y él se resistía porque era un hombre de una timidez casi enfermiza, así que quizás se debe a la cantidad de elementos autobiográficos que tiene", explica. Para Silvia Marsó, este filme es "una reflexión acerca de lo que fue la España en la posguerra".

"La importancia de las apariencias, las diferencias generacionales, los conflictos adolescentes y la incapacidad de la mayoría de las mujeres para decidir cuál iba a ser su destino" tienen cabida en este relato que recrea aquella época. "El primer pantalón largo o la primera televisión", que son para Marsó "la memoria emocional" del país, son también un símbolo de algo que se ha perdido, de una "cercanía", incluso en la muerte, ya que "todo tenía un ciclo humano más entrañable".

Por su parte, Álex Angulo opina que el humor que aquí se muestra "se emparenta con 'La Codorniz' o con el historietista Vázquez, que enseñaba de verdad cómo era la familia unida y que comulgaba los domingos". La inocencia del humor negro del cine de aquella época mostraba una sociedad más relajada porque antes, a diferencia de ahora, "depurábamos todo por la boca y por la risa", en palabras de Angulo.

"Antes éramos capaces de reírnos de las cosas, pero ahora somos capaces de ir al colegio y pegar al profesor porque le ha dicho al niño algo", lamenta.
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