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Notas del director

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02/02/2011
(El silencio)

Creo que el silencio es la mejor forma de transmitir el alma. Lo que no se dice y lo que se habla para no decir, esconden lo que verdaderamente importa. Apuesto por un cine que trata de expresar desde el silencio y en donde, a través de él, se habla de los personajes y sus secretos. Me gusta explorar las huellas del alma en el cuerpo, en la mirada y en el espacio. Me gusta creer en las emociones y en sus huellas y no en las palabras y en las ideas. Y, también, y esto es algo que he aprendido del documental, me gusta trabajar en la incertidumbre. La voluntad consciente de contar una historia esconde algo inconsciente que se nos escapa de las manos.

El cine es una forma de expresión física. Lo fotográfico y lo sonoro lo son, y por eso creo que lo intelectual tiene que dejar paso a lo corpóreo, al retrato de lo corpóreo. El cine, al mismo tiempo, es una forma de expresión lenta, un mar de fondo. No creo en las prisas ni en el ritmo mal entendido como aceleración, sino en la necesidad de narrar con precisión.

Pero también, lo que motiva la realización de una película como ésta es una forma de entender el cine en la que confluyen el estilo y el tema. Hay una doble elección: una historia sobre el tabú y una forma no melodramática de contarlo. En esta película no huimos de lo sentimental, pero sí del exceso. Tratamos de que la calidez estuviera en el trabajo con los actores, en lo íntimo de su interpretación y, al mismo tiempo, en retratarlo con una cierta distancia, con transparencia y simplicidad, sin ningún tipo de alarde. Una sencillez elaborada para hablar de un tabú, pero con una perspectiva que no denuncia nada, que no establece un juicio, que se diluye en la mirada observadora de los sucesos. Lo morboso, lo espectacular, lo dramático, están excluidos de este relato.

Lo trágico, sin embargo, quizás no, porque Óscar y María viven lo que no quieren vivir, y no son dueños conscientes de sus actos. Los dos han elegido una forma diferente de escapar a esa dimensión trágica a la que parecen condenados: en sus vidas se ha impuesto la imposibilidad del amor. Y de esta imposibilidad, y de sus huellas, es de lo que realmente trata esta película.

En mis anteriores películas he tratado de detenerme lo más posible en los resquicios de la trama para observar detenidamente a los personajes, pero quizás sea en ésta donde esta voluntad se hace más explícita. Se trata de un proceso de despojamiento, de una búsqueda de estilo en la que no llegue a haber estilo o, al menos, en el que éste sea muy simple. Detrás de la cámara me gustaría no existir, acabar diluyéndome, en contra de esa voluntad tan posmoderna y contemporánea de remarcar las huellas de autor y reivindicarse como tal.

Para mí es muy importante un cineasta como John Ford. Lo que me han enseñado sus películas va más allá de las historias que cuenta. Me enseña a mirar el paisaje y, dentro de él, a los personajes que lo habitan. Sus películas se detienen en detalles aparentemente menores en los que está la mayor grandeza de su cine. Es capaz de ser intimista en un entorno épico. No hay cineasta que retrate mejor el rastro de la vida que él, que sepa hacernos ver sus huellas, como un explorador avezado.

La secuencia en la que María pierde a sus acompañantes (Óscar y Jean) yendo hacia la playa, se lo debe todo a él y a sus westerns. La esencia de la película está en esa comunión entre ella, el paisaje y el viento. y en la necesidad de libertad de María y el miedo consiguiente, que la atenaza. Además, rodando esta secuencia, comprendí que estábamos en el corazón de la historia y que ella nos indicaba algo que está latente en toda la película y que cada vez me interesa más como cineasta: primero existe el paisaje, luego existen los personajes y por último la historia. Esta película trata de recorrer ese camino anverso que nos enseña Ford desde el paisaje a la historia.

La mitad de Óscar está ambientada en Almería, en una pequeña ciudad costera al sur de Europa, frente a la costa africana, cuya luz de invierno recuerda el escenario donde se desarrollan los mitos. En este espacio de la frontera europea resuena el eco de una tragedia, porque es en la frontera, siempre en la frontera, donde se encuentran las historias que más me interesan. Tenía que ser, además, una película pequeña, intimista, pero muy cuidada formalmente. La rodamos en 35mm buscando la calidad de la luz y el mejor sonido posible. La voluntad de mirar y escuchar conviven al mismo nivel. De hecho, a veces, era el sonido quien indicaba dónde debía ir la cámara y cómo había que organizar la puesta en escena.

Otro detalle importante es que no hay música. No creo que esta película la necesite. Queríamos huir de cualquier apuesta melodramática o sentimental. Se trataba de enfrentarnos al material de la historia con crudeza, sin edulcorantes. El sonido y el silencio son la verdadera música. Quizás, por todo esto, La mitad de Óscar sea una película frágil. Camina por una línea de sombra, casi imperceptible, tratando de dejar huella pero sin imponer nada. Tratando de trabajar desde el silencio.

Manuel Martín Cuenca
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